Nicolás Martínez Ortiz
Un bilbaíno en la Ecole de Paris
[…] Tras el paréntesis de la guerra, Martínez Ortiz realiza todavía algunos murales para Altos Hornos de Vizcaya, el grill del Hotel Carlton en Bilbao, las oficinas de Seguros La Polar en Madrid, etc. Confecciona abundantes carteles e ilustra algunos libros de amigos, entro otros de Alejandro de la Sota y Aburto.
En cuanto a su labor de caballete, tras un paréntesis de casi diez años, comienza a trabajar en una línea netamente cubista que acabaría perfilando una personalidad muy definida con temática vasca y fauve de presentación, con algunas pequeñas incursiones abstractas que son más bien estudios de color y materia. El contacto con Baquio, Arminza, Bermeo y otros pueblos de la costa y el reencuentro con los grises y verdes del paisaje, provoca en el pintor una vuelta al realismo del principio y una matización filtrada del color, hechos que se producen a mediados de los años sesenta, sin que por eso deje de estar subyacente en su obra como elemento definidor de la composición total de la teoría conceptual del cubismo.
Durante casi veinte años, Martínez Ortiz trabaja en la soledad de su estudio, sin contacto alguno con el publico, en una labor de búsqueda e investigación apasionada, de la que son únicos testigos sus familiares y unos pocos amigos como Alejandro de la Sota, Crisanto Lasterera, Lano Gorostiza, el pintor Jenaro Urrutia, etc. A partir de 1969 rompe su aislamiento y vuelve a exponer con éxito en diversas capitales de todo el país. […]
El tema, sin duda, configura el vehículo expresivo de la identificación, como un lenguaje, pero cuando la compenetración no es medularmente familiar queda limitado, en los mejores casos, a su epidermis estética y sentimental. Vázquez Díaz ha podido pintar la apariencia del País Vasco con una belleza plástica difícilmente comparable, pero estas obras suyas están inspiradas desde fuera. Arteta, los Zubiaurre, Ricardo Baroja, Regoyos, Aranoa, Martínez Ortiz, por el contrario, pintan la tierra vascongada desde dentro, comprometidamente, con la solidaridad que, más que en una escuela, en un estilo, se origina y justifica en la sangre, sin que esta identificación telúrica se deba entender necesariamente como una valoración positiva frente a las versiones foráneas, que en lo estrictamente pictórico pueden ser tanto más estimables.
Precisamente por su fidelidad a la tierra familiar (¿por qué no al eros de la tierra?) no puede incluirse exclusivamente a Nicolás Martínez Ortiz –bilbaíno medular– en el penúltimo gran grupo español de la “école de Paris”, con Lagar, Peinado, Viñez, Bores, Cossío, Parra, pues mientras estos artistas se corroborarían en el cosmopolitismo de las orillas del Sena, Martínez Ortiz se afirmaba cada día más en su filiación y vocación vascas, como Arteta, de donde, seguramente, la acentuadísima individualidad de ellos dos respecto a los demás. […]
“Montes suaves y luminosos, valles verdes y templados, aldeas sonrientes y sonoras, viejos vascos altivos y joviales de perfil aguileño, mozas alegres y danzarinas…”. Todo eso, como en el adiós de Urtzi Thor, se plasma, alienta en la pintura de Martínez Ortiz, vigorosa y suave, entre verdes, grises y morados que prologan sus entonaciones jugosas en los valles y en las dulces colinas, en un largo día amable que enloquece de alegría el pecho de los jóvenes. […]
A. M. Campoy. Un bilbaíno en la “Ecole de Paris”.
Fecha: 15 Ene - 09 Feb 2002