Galería de Arte Juan Manuel Lumbreras

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Matta

El año de los tres 000 / Hiruko 000 urtea

Matta “surge, de pronto, como un meteoro”, ha dicho Rafael Alberti, que lo conoce desde 1935. El cubano Lisandro Otero viene a decir lo mismo con otras palabras, “Quien conoce a Sebastián Matta sufre de inmediato el embate de un torbellino”. De “chileno disparado” lo calificó por su parte José María Moreno Galván, que también supo observar, con toda pertinencia, que “él vive en el humor, como todos vivimos en el oxigeno, desconociéndolo prácticamente”.

Roberto Sebastián Matta Echaurren, una de las mentes más lúcidas de la galaxia surrealista y uno de los mejores pintores que esta dio al arte moderno, nació en Santiago de Chile, en fecha tan geométrica como el 11 del 11 (esto es: de noviembre) del 11. “No nací como todo el mundo, porque Chile está en ninguna parte”, me dice, al poco de mi llegada a La Bandita, “El Camino Real conducía de Cartagena de Indias a Buenos Aires. Chile está al otro lado de los Andes”. Y también: “Nací outremer, muy lejos de mis raíces. Yo no tengo patria”. Y además: “El Chile que yo conocí estaba como anclado en el siglo XVII. Todo muy colonial”. Precisando: “Mi familia era como un ghetto vasco”.

Además de ser tierra de poetas –de dos grandísimos poetas– enemigos, pese a su coincidencia ideologica: Vicente Huidobro y Pablo Neruda, Chile dio tres cosas muy importantes al surrealismo: la pintura de Roberto Matta, la dulzura de Elisa Claro, más conocida como Elisa Bretón, y el grupo Mandrágora, con Braulio Arenas, Jorge Cáceres, Teófilo Cid, Enrique Gómez Correa y Gonzalo Rojas, entre otros.

Pero Matta, hoy, está lejos de Chile, física y también mentalmente. Durante largos años, y tras su fructífera etapa neoyorquina, París fue su principal base de operaciones. Hombre errante y de vida agitada donde las haya, ha tenido casas abiertas en otros muchos lugares. Desde hace 32 años, divide su tiempo entre la capital francesa y La Bandita, un antiguo y maravilloso monasterio próximo a la localidad italiana de Tarquinia, en el ecentro de ese territorio etrusco que nos trae a la mente a Vicenzo Cardarelli, a D. H. Lawrence, y Sepulcro en Tarquinia, tal vez mejor libro de Antonio Colinas. […]

En su “auto-elasto-infra biografía”, publicada en uno de sus catálogos –últimamente prefiere llamarlos “mattalogos”: todo en él es fuego de artificio verbal–, Matta escribe, refiriéndose a los años 1912-1914: “Recuerdo de las luces de Valparaíso de noche, de una tortuga sobre la la cual me subo a caballo, de mi perro negro Siki, del reloj del dolor Commentz”. Añadiendo: “Si en realidad he existido, es probable que yo sea un personaje de cuento”. En otro lugar dijo: “Mi verdadera formación está ligada a esas largas playas y a las enormes olas de mi infancia”. […]

Juan Manuel Bonet. Visita a Matta. (Fragmento)

Fecha: 28 Sept - 28 Oct 2000

Obras