Galería de Arte Juan Manuel Lumbreras

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Kepa Garraza

Y los llamamos ángeles caídos

El concepto central de este proyecto se organiza en torno a una idea muy sencilla: La representación realista de las muertes trágicas de algunos de los artistas más importantes de siglo XX. Entendiendo representación como la reconstrucción plástica más o menos fiel de unos hechos históricos determinados y tomando la tragedia como un vehículo emocional que nos permita conectar con la esencia del mito. Es decir, que nos ayude a reflexionar acerca de lo que denominamos ángeles caídos, lo que sus leyendas tienen de fantasía y realidad y en qué medida la propia historia tiene la capacidad de diluir el estrecho margen existente entre ambas, La vida de estos héroes y antihéroes es convertida en un producto de ficción donde el sufrimiento, la muerte, la redención y el pecado aparecen como los motores de su propia existencia, forzándolos a vivir una vida gloriosa a la vez que miserable. Es este concepto del artista romántico, tantas veces aplicado a la biografía de grandes músicos, artistas o escritores, el que recoge la esencia de este proyecto, que se plantea como una reflexión acerca del universo mitológico del mundo del arte. El propio título del proyecto hace referencia a la creación artística como un proceso doloroso y traumático, que en cierta medida requiere una bajada a los infiernos. Los ángeles caídos de los que hablo no son más que protagonistas de sus propios dramas, convertidos luego en héroes por la historia del arte. La existencia autodestructiva de artistas plásticos como Rothko, Soutine o Basquiat está a la altura de los grandes mártires de la música popular del pasado siglo como son Jim Morrison, Lennon o Hendrix, y es que parece que el paradigma del artista como un ser obsesivo, de existencia traumática y final épico responde a un estereotipo todavía vigente dentro de nuestra sociedad.

Kepa Garraza

Texto para el catálogo de la exposición por Galder Requera [extracto]:

El arte ha muerto

«… Otros, sin embargo, asumen los doscientos años de nihilismo que el propio Nietszche anunciara tras la muerte de Dios, aplicados a la muerte del arte. Los asumen, además, con alegría, regocijándose ante la tumba del dios muerto, del arte fallecido. No existe ya un arriba y un abajo, no hay ascenso a los cielos, pero tampoco caída a los infiernos. No hay nada. En este segundo contexto se desenvuelve Kepa Garraza (Berango, 1979). Con un sesgo pictórico cercano a los parámetros del arte más reconocido –por reconocible- por la sociedad –que ríe ante el artista desesperado-, el hiperrealismo, subvierte lo “pintable” celebrando y regocijándose en la muerte del dios-arte.

Lo hizo ya en la serie inmediatamente anterior a ésta que ahora expone en la Galería Juan Manuel Lumbreras: aquella que se exhibió en la exposición sita en septiembre de 2007 en la Galería Salvador Díaz de Madrid, bajo el título de “Y los llamamos ángeles caídos”. En aquellos lienzos, Kepa Garraza se recreaba –no sólo en el sentido terminológico de la palabra- en la muerte de célebres figuras de la historia del arte. En escenas construidas desde un conocimiento impecable de la composición pictórica, el estudio de la luz y la figura humana, Kepa Garraza ofrecía un discurso pictórico que navegaba ambiguamente por las aguas de lo conceptual y lo humorístico, del discurso estético propio de la filosofía posmoderna del arte y del arte para-consumo-rápido. Y navegaba, lo que es más difícil, sin riesgo ninguno de naufragio.

En aquellas piezas, Kepa Garraza desvelaba su interés por la muerte del arte a través de la de sus principales protagonistas: los artistas. Particularmente, se recreaba en las escenas de aquellos cuya muerte fue voluntaria: Ana Mendieta, Mark Rothko, Arshile Gorki o Ernst Ludwig Kirchner, por ejemplo. Esta fascinación por los artistas suicidarios  es recurrente en la obra de Kepa Garraza: baste recordar los autorretratos en los que él mismo era el muerto y, en una pieza, también el suicidario. Probablemente, esta seducción por la muerte viene dada por la consciencia del hecho de que el atentado de un artista contra su propia vida no compete exclusivamente a sí mismo, sino también a ese intangible dios que es el arte. Junto a la persona, libre de quitarse la vida, está el artista, cuya obra es patrimonio, se nos dice, de todos, y, en la misma medida, a todos compete.

Esta pertenencia a todos, este disolverse en lo común –el arte, que a todos pertenece y a todos incumbe-, es precisamente una de las razones que entiendo ha llevado a este artista a los límites de ya no sólo celebrar –en el sentido ritual del término- la muerte del arte a través de la muerte de los artistas, sino a insistir en ella en la forma más cruel y despiadada que la sociedad contemporánea articula la muerte: el terrorismo.

No serían entendibles estas obras que ahora se exhiben en Juan Manuel Lumbreras, sin el referente a unas piezas, datadas en los comienzos de Kepa Garraza como artista, en las que se retrató frente a frente a varias figuras de la historia del arte, muchas de las cuáles después retrató en su momento de fallecimiento. En aquella serie, titulada “In Heaven Eveything is Fine” y datada en 2003, Kepa Garraza reflexionaba sobre el rol de artista, para él biográficamente recién estrenado, con toda la carga simbólica, histórica y social que representa. Retratarse al lado de los que fueron dioses –y también ángeles caídos– era una manera en la que el joven Kepa Garraza asumía a la par que se alejaba del concepto de artista, una manera de abrazar con rechazo la vida a la que decidía dedicarse.

Hoy, en esta serie en la que retrata las andanzas ficticias –más con rostros reconocibles- del grupo IBDA (International Brigade for the Destruction of Art) –del que él es el líder- cierra el círculo abierto de aquella primeriza serie. Digo esto porque entiendo que, paradójicamente, en este acto de terrorismo-subversivo en el que se retrata es precisamente en el que se afianza como artista. Hoy, más maduro, subvierte desde dentro un sistema que le acredita como parte del mismo precisamente en el acto subversivo. Rito de paso contemporáneo, nadie es hoy artista si no atenta contra la misma estructura del arte. Paradoja de la posmodernidad: en la negación del arte reside su afirmación.

Las obras a las que ahora atendemos, en este sentido, suponen un ejercicio de confirmación de lo que se niega. Aún declaradamente antisistema, los miembros del grupo IBDA –ejercicio de auto-ficción – son parte del sistema precisamente por sus acciones. Celebrando la muerte del arte o, si se prefiere, rematando al moribundo- es precisamente el proceso por el que devienen artistas.

De hecho, el mismo testimonio de sus acciones son pinturas, no pruebas gráficas. Pinturas que, al fin y al cabo, se exhiben en una galería, lugar del que el artista frenético diría ¿qué son, si no las criptas y mausoleos del arte?».

Notas de prensa:

«Kepa Garraza presenta en Bilbao la continuación de la serie de pintura denominada Y los llamamos ángeles caídos. En los lienzos el pintor prolonga una estrategia útil mediante la que se relaciona con la historia y/o sus personajes, vinculando el pasado con el presente. 

La serie actual declara Kepa Garraza: “se plantea como una reflexión sobre la naturaleza del mundo del arte, sus mitos y sus perversiones”. A partir de esta idea realiza muertes trágicas de los artistas, reconstruyendo, más o menos, los hechos históricos y utilizando el drama de la tragedia como: “un vehículo emocional que nos permita conectar con la esencia del mito”. 

Consigue de este modo imágenes impactantes que reflejan su dominio técnico del medio pictórico y sobre todo de la composición, creando una escenografía eficaz que cuida los detalles de vestuario, así como la descripción narrativa». 

Periódico Bilbao, marzo de 2009, Alicia Fernández.

Fecha: 27 Feb - 28 Mar 2009

Obras

Vistas exposición