José María Mezquita
De la memoria
Esta es la historia de una calle común. La vida pública y la vida privada convivían sin solución de continuidad, en un intercambio fascinante de usos y costumbres que se desarrollaban a la vista de todos.
En esa doble vocación por reflejar la duración y la ocultación ha de verse esa función del pintor que entra en el mundo de los comercios, despejados éstos de toda servidumbre industrial. Él sabe que cuanto hubo en esos espacios (los escaparates, los muestrarios, las trastiendas, los probadores) estaba destinado a organizar los deseos de toda su comunidad. Sólo que, retirados en los márgenes de la utilidad, los objetos comerciales no designan anda fuera de sí mismos. Apartados del mundo publico, ahora su neutralidad asusta porque sólo existen en sus formas, no en su función. Y el imperio del absoluto grado cero a que han llegado causa al que contempla una extrañeza insoportable, semejante a la que da el tendero al que de improviso vemos un día sin sus atributos –ni gorro ni lápiz a la oreja ni mandil– entre el resto de la ciudadanía, fuera de su pecera.
El pintor ha penetrado en esos ámbitos, donde la permanencia tenaz de los objetos sustituye a su naturaleza de valor de cambio. ¿Y qué es lo que ve allí? No una miscelánea, sino un conjunto unánime; no el dominio de lo inerte, sino un comportamiento; no una cautividad, sino el resplandor de los tamaños o la dignidad estimable de los almacenamientos. Es, en apariencia, una naturaleza muerta, pero al contrario que los bodegones del mundo clásico, cuyos componentes ya no estaban en la vida (la granada fuera del árbol, la perdiz tensa en la impasibilidad de la muerte) y configuraban una mera composición artificiosa, ahora eran los objetos los que esperaban al pintor, quien no altera el orden azaroso que encuentra.
Ante estos paisajes de clausura, el espectador ha de percibir una respiración y una temperatura. La perfección, como la exactitud, deshumanizan cuanto alcanzan.
En este sentido interviene el pintor en los espacios invisibles de los comercios. Él sabe que una escrupulosa fidelidad a la hora de plasmar las realidades que allí ve, su orden decisivo, es el punto de partida para conseguir cuestionar la verdad de las cosas, su realidad efectiva en el espacio.
La memoria y el despojamiento son los dos elementos que generan una actitud común a todos estos cuadros. Ambos actúan en las pinturas de Mezquita como factores de tensión. El pinto busca la memoria de su ciudad, una ciudad ensimismada que de pronto, en los últimos años del siglo, pierde definitivamente la identidad que una burguesía comercial le había conferido en los años 40 y 50 con la fundación de establecimientos que debieron de asombrar por su envergadura. También por su magnificencia: escaleras de mármol, espejos que recuperaban limpiamente la imagen del aturdido que había entrado en aquel reino y ya no sabia si era él mismo, escuadrones de dependientes sincronizados y, sobre todo, una abundancia de géneros que hacían pensar que la escasez nunca podría penetrar en aquellos comercios destinados a hacer perder la confianza en la propia individualidad, abrumada ante aquel orden y ante aquella exuberancia.
Tomás Sánchez Santiago. “Fuera de temporada”.
Notas de prensa:
«Destaca sobremanera la excelente mano para la acuarela que atesora el pintor José María Mezquita. Lo prueba en la galería bilbaína Juan Manuel Lumbreras. Ha tomado principalmente como modelos un sinnúmero de tiendas, almacenes y trastiendas de su ciudad (parece evocar que la niñez sea en la ciudad una fábula de tiendas y de calles).
Es posible que el mejor arte de Mezquita se dé cuando cada uno de los dos estilos busca imponerse al otro. Dos protagonistas: el dibujo preciso frente a la aguada suelta. Hasta podía hablarse del realismo para el primero y de abstracción o, mejor, semi abstracción para la segunda».
El País, 14 de febrero de 2005, José Luis Merino.
«La obra del artista plantea una figuración que no se deja seducir por la representación estricta del mundo físico, sin más interés que la realidad como tal, y se adentra en espacios de la cotidianidad significativamente vacíos o extrañamente ocupados por personajes ausentes.
José María Mezquita juega con la realidad para conducirla a su propio terreno y acomodarla con éxito a su fructífera imaginación. Todo ello compone una suerte de adivinanza plástica, de jeroglífico irresoluto, donde sobre la base de una escena convencional descubrimos el horizonte del enigma.
La reflexión del artista acoge múltiples lecturas, que dependen de la capacidad del espectador para desentrañar lo que el artista, a partir de una imagen concreta, ha desestimado».
El Punto de las Artes, 3 de marzo de 2005, Carlos Delgado.
Fecha: 02 Feb - 26 Feb 2005