José María Mezquita
Explorando la naturaleza desde un taburete de anea
Es como avanzar a través de una jungla, abrirse camino en una selva enmarañada; ya no es el frío, el calor o el lugar en el que uno ha de acomodarse, hacerlo habitable. Abrirse paso a través de una densa maraña, todo te estorba, te incomoda, las zarzas prenden en tus ropas, las ramas golpean en tu cabeza, y el piso es irregular y lleno de brusquedades y sobresaltos. Esto es diferente evidentemente a avanzar por una senda abierta y uniforme. Esto no tiene nada que ver con un camino transitado, ya conocido.
En realidad lo que estoy haciendo, o lo que he hecho hasta ahora, es iniciar un camino y abandonarlo, iniciar otro y cambiar de dirección; cada etapa, cada cuadro, es un camino más o menos largo; cambiar la técnica, corregir la técnica para acomodarla a las nuevas necesidades. Una vez, el predominio de la línea, un solo color; partir de la superficie del lienzo en blanco e ir acabándolo por zonas concluidas hasta ocupar la totalidad de la superficie del lienzo, o trabajar capa sobre capa de pintura, para luego superponer la geometría. Incorporación de la entonación con su predominio sobre la línea. No se trata de dar rodeos, se trata de explorar diferentes caminos que surgen como posibles. No significa que carezca de un objetivo claro, se trata de terminar con esta exploración y encontrar el camino que te lleva en línea recta hacia ese objetivo.
Cada camino nuevo emprendido significa (por supuesto partiendo de todo el acopio de experiencia acumulado) acoplar todos los medios técnicos a esa nueva táctica, a la que uno debe acomodarse, y afinar todos los valores que maneja, y esto en períodos de tres o seis mese. O más…
Uno de los problemas es la duración del experimento; lo ideal sería reducirlo a unos pocos días, para que las ideas que surgen puedan realizarse, de otro modo, al cabo de tres meses, las circunstancias han cambiado y la idea fresca puede haberse diluído.
Pero la mecánica del proceso requiere mucho tiempo, más del que sería deseable. Esto tiene que ver con la tecnología artística, que no ha variado sustancialmente en muchos años, y de la que la industria no se ha ocupado, al menos de algunos de los aspectos más vitales que conciernen a aquellos que trabajan manualmente a partir de la realidad. En mi caso he tomado para mi uso habitual algunas herramientas creadas por la modernidad, que no estaban en absoluto previstas para estos fines.
La esperanza y cierta torpeza, son consecuencia de los continuos cambios, de la falta de continuidad en una única dirección, de la contradicción entre el orden y la libertad.
Pero eso implicaba cortar en seco el proceso seguido hasta ese momento. Traducir el mundo vegetal de manera forzada y mecánica, conducirla a “uniformar” el complejo mundo vegetal con un “estilo”, sin estar persuadido de haberlo entendido totalmente. No es lo mismo un árbol situado a cierta distancia en un paisaje abierto a plena luz, que las imágenes cercanas de las raíces que afloran en la penumbra. Así, que opté por seguir y proseguir con los procesos y análisis a partir del punto en el que se encontraban planteados.
Desde 1.983 y 1.984 á 1.999, el recorrido ha consistido en el siguiente proceso: Desarrollar todos los análisis y recorrer todos los caminos que surgían, y las posibilidades plásticas que presentaba cada nuevo tema, aplicando todas las experiencias anteriores. Lo que es indudable es que la conciencia adquirida en cuanto a los valores de la geometría y su capacidad expresiva, tenían que empezar ya a manifestarse en la imagen de cada obra. Pero la geometría se manifestaba de forma más evidente, en aquellas formas vegetales cuya estructura respondía a una geometría aparente.
Durante se largo período, la nueva conciencia ha ido madurando, merced a la lenta asimilación de ese complejo mundo vegetal. Y es en el verano de 1.999 cuando se manifiesta sin mediar esfuerzo alguno, con fluidez, con la naturalidad de un alumbramiento espontáneo, que era esperado pero que sorprende cuando se presenta, sin que haya respondido a una fecha predeterminada.
Es evidente que se pinta, se investiga, con la ilusión y la esperanza de la culminación en un resultado, pero no se dispone de una idea, ni se tiene una imagen preconcebida del resultado. Y cuando surge esa imagen sobre el soporte, se reconoce que su identidad responde al ser y al misterio del mundo vegetal: ¡Esto sí, esto si es lo que esperaba!
A partir de ese momento comienza una etapa que podría llamarse de consolidación de ese proceso, pintando con la nueva conciencia de que era capaz de explicar de una manera no forzada la complejidad vegetal y mineral. Y evitando constantemente el riesgo, que para un pintor que parte de la realidad, tiene el tirón muy fuerte de la propia realidad, para reconducirte de nuevo a una representación literal, a costa de los sueños.
José María Mezquita Gullón
Notas de prensa:
«La Galería Juan Manuel Lumbreras expone las creaciones de los últimos diez años del artista zamorano José María Mezquita. Se trata de una serie de pinturas fruto de una investigación en torno a las formas geométricas del paisaje que surgió en 1998 a partir de una experiencia personal.
El resultado es una obra sorprendente que, paradójicamente por su vocación hiperrealista, por su compromiso de fidelidad a lo que se ofrece al ojo del pintor, se muestra abstracta, entre abstracta y carente de forma lógica. Por otro lado, la gama de colores que utiliza no hace, sino subrayar esta sensación, forzando al espectador a cuestionarse si está ante raíces y ramas de árboles, ante el paisaje zamorano o ante el producto libre y espontáneo de la imaginación formal de la pintura».
Periódico Bilbao, marzo de 2008, Galder Reguera.
Fecha: 12 Feb - 15 Mar 2008