Galería de Arte Juan Manuel Lumbreras

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Eduardo Vich

Eduardalidad

[…] Eduardo Vich ejerce toda su EDUARDALIDAD con pleno conocimiento de causa. En la raíz de su pintura está la erradicación de las solicitaciones naturales a través de una acepción depurada y tonal del color que, oponiéndose con inconexa contigüidad, resuelve la unidad compositiva no en una sucesión aspectual, sino en una especie de jerarquía espacio-cromática. Tampoco es la representación de la realidad, sino que es la tensión implicada en la obra lo que la arraiga y prende como una llamarada.

En la escultura, en la que interviene cualquier elemento imprevisible, como botellas, cuerdas, trapos, maderas, cartones, envases de plástico, cinta aislante, materiales variopintos y, por supuesto, sus coloristas pigmentos… el gesto provocador se muestra todavía mas agresivo; el volumen y la acción exorbitante, desmedida, caricaturizante, así lo afirman. Exultantes de dualidad, hirientes por su fealdad-bondad, Vich asevera que son ellas, las totémicas figuras, las que rigen sus propios designios, como si él no fuera el hacedor, sino una especie de instrumento jerarquizante de este delirio creativo.

Todo se desenvuelve en el interior de la obra, más bien en el interior del laberinto de la búsqueda. El resultado es único, quizá imprevisible hasta para el mismo artista; cada vez, en su hacer, empeña toda la gama de su experiencia, introduce en el crisol todos los elementos del conocimiento, reinventa todas las posibilidades del crear y siempre con la certeza de comprometer, desde las raíces, el valor mismo de su existencia. Por su cerebro se pasean, como si fuera su aposento, no sólo un gato hermoso, fuerte y dulce como el de Baudelaire, o una gata tan singular como Saha de Colette, sino que por él transitan innumerables, diferentes y esotéricos gatos: pardos, blancos, negros, de amarillos y luminosos ojos, recelosos, orgullosos, dueños de sí mismos, que desde un resquicio del alma de Eduard Vich plantan cara al espectador.

Desnudos carnales y espirituales de mujeres con cuerpos de oro y plata; mujeres de cabezas de vivos colores o mujeres arropadas por el icono gato-hombre-mujer; personaje sumiso y lascivo; testimonio autobiográfico de un intrincado dédalo de sentimientos y pasiones.

Vegetaciones de incontenibles rojos, azules, violetas, amarillos y verdes; vastos jardines, rodeados de otros jardines, de aromas incomparables, de subjuntivas pasiones, de cálidos efectos, de ternuras entrañables… que, presididos por la intensidad de unas figuras femeninas, sometidas al fetiche felino, narran la excelente factura de unas obras en las cuales la integración formal se consigue mediante la ordenación rítmica.

La superposición de planos y la gradación cromática surge de la modulación de las manchas de color que se elevan sucesivas y discontinuas en un espacio muy articulado. Cuando la obra, estructurada con certidumbre y determinación, se halla embargada por la densidad de su cromatismo, los blancos resuelven y otorgan la función de agudos y determinantes puntos de luz.

La plenitud, el exceso, y la exuberancia de la naturaleza se muestran abiertamente tanto en las figuras femeninas como en los paisajes. Interpreta el esplendor de esta “naturaleza” intelectualmente, “porque si no, nos puede, y desborda” afirma el artista. De este modo, la extensión expresiva de su obra la proporciona la unidad del conjunto y la multiplicidad de elementos que forman parte de ella.

Para Eduard Vich, la fidelidad a sí mismo, lejos de representar inmovilidad, significa una búsqueda incansable dentro de una amplitud de pruebas garantizada y mantenida en el dominio de sus principios y sus medios, en los términos de una libertad y de una autonomía de visión que el tiempo ha ido aguzando.

Gudi Moragues Jaulin du Seutre. «Eduardalidad». 

Fecha: 01 Jun - 26 Jun 2004

Obras

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