Eduardo Gruber
Las ciudades visibles y otras cosas
Eduardo Gruber ha frecuentado desde tiempo atrás el mundo de la arquitectura, tanto en su vertiente pictórica, con obras cuya geometría sugiere el lenguaje de las estructuras construidas, como práctica, en la ingente labor del proyecto de saneamiento del río Saja-Besaya o en el de la arquitectura escénica, en los decorados de la ópera de Carl Maria von Weber Die Freischütz. En la nueva serie sobre ciudades que Eduardo Gruber presenta, ha retomado algunas soluciones de partición geométrica que habían aparecido en cuadros realizados hacia 1997. Son obras como La oficina de Reikiavik, 1997 o Rhin, Colonia, del mismo año, también referidas a la arquitectura. El elemento común a ambas se concreta en la separación de dos planos, uno dibujístico y lineal y constructivo, que delimita las particiones del espacio pictórico, enfrentado por contraste a otro pictórico, difuso, orgánico, que alude al fondo y la lejanía de la perspectiva urbana.
La arquitectura es uno de los elementos definitorios del ente urbano. Una sola construcción –la torre Eiffel, el Parlamento, la Ópera– evocan de manera concentrada las ciudades de París, Londres o Sidney. En su serie de cuadros sobre arquitectura, Gruber explora este aspecto condensado de la ciudad a través de sus emblemas. Sin embargo, no emplea estos lugares comunes como inmediata evocación de la ciudad, sino que se aplica a una descripción más genérica, un ambiente, una gama de color, un olor, un rastro de intuición, todo un conjunto de elementos que evocan la ciudad antes que representarla.
El trabajo de Eduardo Gruber tiene una instintiva vocación hacia el formato grande. Es en la “distancia larga” donde mejor puede apreciarse la sutil elegancia de su trabajo y también el contraste entre una forma rotunda –el tema central del cuadro, la figura– y las minúsculas vibraciones del tejido pictórico. Estas obras de gran formato obligan al espectador a un viaje, una basculación entre acercamiento y distancia para apreciar la compleja información del cuadro. Ahora presenta otra serie de óleos sobre papel de pequeño y mediano formato, obras de gabinete, ejercicios sutiles de concentración e intensidad pictórica, que obligan al espectador a la distancia corta, a una proximidad que le permita “oler” los aromas visuales encerrados en pequeños frascos. De escaso tamaño, contienen, sin embargo, el embrión de una grandeza. Me confirma el artista en una carta que “en algunos de ellos, veo cuadros de gran formato”.
En sus obras se hace aun más patente el sistema de contrastes que emplea Eduardo Gruber en su trabajo: las líneas encargadas de proponer el sistema constructivo de la geometría se encuentran atravesadas de un emotivo temblor, una pictoricidad evanescente, mientras que muchos de los planos de color, encargados de proponer la atmosfera paisajística, encierran en su interior un indudable valor constructivo. Retomando la metáfora del bilingüismo, podemos vislumbrar en estas obras la voluntad integradora de una especie de constructivismo poético y tembloroso, junto a un impresionismo de orden constructivo. Paradojas que reinventan la pintura: un mundo de sugerencias encadenadas, la pintura que se niega a una definición unívoca.
Francisco Javier San Martín. Las ciudades visibles (Fragmento).
Notas de prensa:
«La exposición actual está organizada en dos partes, repartiendo las pinturas y las obras sobre papel entre los dos espacios superiores de la galería, al modo de un extenso recorrido por algunos de los últimos trabajos realizados por el pintor cántabro.
El reposo de la trayectoria de Eduardo Gruber confirma la existencia de una pintura densa que crece desde la profundidad hacia los márgenes de la superficie. La utilización de los grandes formatos, el empleo de elementos silueteados sobre el fondo o la manera de insinuar las imágenes son algunas de las constantes más características de una obra que se enfrenta a los retos con valentía.
Capaz de obtener matices y ambientes gratos, el pintor no esconde el sentido lúdico de ciertos registros espontáneos que aparecen en la superficie jugosa, entre pinceladas, rastros y huellas difusas, mientras la morfología urbana, más rígida, se revela para abrir la puesta a la imaginación».
El Correo, 22 de mayo de 2002, Alicia Fernández.
«Gruber presenta en Lumbreras su nueva y profusa obra, una serie con las ciudades como fondo en cuyas obras conviven y confluyen los contrastes y sus mundos pictóricos diversos.
Los nuevos cuadros de Gruber responden a soluciones de partición geométrica que habían aparecido en cuadros anteriores. Su elemento común radica en la separación de dos planos, uno dibujístico, lineal y constructivo, que delimita las particiones del espacio pictórico, enfrentado a un segundo, difuso, orgánicos, que alude al fondo y la lejanía de la perspectiva urbana».
El Diario Montañés, 6 de mayo de 2002, Guillermo Baldona.
«Así, durante su discurso usa rectángulos estáticos, afincados al suelo o a los laterales, mezclados con otros aéreos. Utiliza también puntos de fijación rítmicamente alineados. Y luego, en términos más alejados, aparecen volúmenes difuminados, vibraciones de color apagado, oscilaciones espaciales cargadas de energía cinética que saltan a la vista como tensiones entre los diferentes planos espaciales.
Y mientras los conceptos abstracción e insinuación formal se mezclan, la belleza del diseño brota de cada soporte, adjudicando a la obra un tercer baremo de valores, este estético: una concesión natural y funcional al último de los fundamentos de la obra de arte, que es colgar de las paredes en un determinado espacio para adornarlo».
El Mundo, 29 de mayo de 2002, Javier Urquijo.
Fecha: 07 May - 01 Jun 2002