Galería de Arte Juan Manuel Lumbreras

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Manolo Quejido

La pintura

Distancia sin medida

ESCUCHÉMOSLE: “Una cárcel nos apresa, la del lenguaje que nos habla”. Ese órgano que posibilita y luego invalida la pretensión de un yo que se separe y nombre el afuera con la palabra naturaleza. Esa cárcel que dice que no cabe separar naturaleza y lenguaje. Que naturaleza y cultura son dos caras de lo mismo. Que tan inconsciente es de sí la naturaleza, como el lenguaje que la nombra. Que la naturaleza nos lleva, mientras el lenguaje nos habla. Que son pliegues de la totalidad. Que naturaleza, lenguaje y técnica son uno. Virulencia de los límites de resonancia mórfica. Naturaleza sobrenatural. Un todo. Una cárcel sin guardián, en la que una guerra sin límite, que retroinyecta sin cesar sus fronteras, se autodevora. Que todo es posible en esa máquina autoproductora de la diferencia. Que al habla no le es dable dar cuenta de sí, ni a lo que como naturaleza nombra tampoco. Que finalmente, la conciencia de la conciencia es inconsciente de sí. No obstante, el vacío omnipotente reverbera en el devenir de su creación como el eterno retorno de LA RELACIÓN EN SÍ, que separando reúne. Aún siendo incomprensible –sensible, fenomenal, mental y lógicamente– la experimentamos y expresamos, la comprobamos y conocemos, en lo que viniese llamando LA PINTURA.

Compuesta la imagen, y el lienzo por pintar, sin finalidad artesana ni artística, pintar a cada vez por primera vez, sufrir el riesgo, la pérdida, el temblor, la indecisión… del pintor que no se sabe, pues si en el desastre llega a aparecer la consistencia de LA PINTURA, salen valor, certeza, tensión, precisión… lo que no está ni bien ni mal, sino como está, lo que se da entre la distancia sin medida, la inmediatez con la que pinta LA PINTURA. Imagina aquí LA PINTURA el pintarse pintando a sí misma como modelo, y lo pinta. El pintar es lo que se pinta y lo pinta. Desocupada de su pre-ocupación LA PINTURA se está pintando. LA PINTURA misma. Y ya que, en el deseo, la representación, el pensamiento, la imagen, las pinturas difieren, y todas están atraídas en cuanto a la fuerza con que consisten, extrema LA PINTURA su posibilidad hasta ser imposible de pintar si no es LA PINTURA la que pinta, cuando concibe ese conjunto de las partes entre-teniéndose, la composición de LOS PINTORES.

Quiere a LA PINTURA lo que transforma el monótono ejercicio en danzas de fuerzas, y hace del morir el traspasar lo humano que salva, convirtiendo la loca retahíla en sentida cantinela, ya que aquí, no hay sentido que no sea sentido… en fin, el contacto experimenta su sobrepasado producirse, así como vive, el “estoy vivo” que lo mata, la creadora afirmación de “lo que más me espera”, el RE-IR de sí, de todo y de nada que lo-cura de la repleta ceguera que mira y lee. La impresentable diferencia, lo imposible, el que la COSA sea siempre cosa puesta por la idea, pues jamás accedemos a cosa alguna que no sea representación, diferencia incompatible que compartimos. Tocante a la vida que perdidamente libre, se atiene a cuanto acoge y olvida, se dice LA PINTURA, queriendo decir lo indecible, juego sin principio ni fin de las posibilidades de lo imposible, realización de la justa distancia sin medida que se pinta… LA PINTURA que va de verdad, la que se entrega a todos los sus pretendientes y ríe del pintar que la domina, bondad ingobernable de lo afirmativo, LA PINTURA pintándose a sí misma.

Notas de prensa:

«Las sensaciones del pintor-artista vuelven a ser en Manolo Quejido un tormento. Aún se para a palpar la pincelada por encima del soporte y se turba al descubrir el orden en ellas, alumbrando e interpretando la figura obsesiva que mediante ciertos cambios hace el universo: construye la pluralidad escénica, transgresora de los sucesivos alumbramientos. 

Las aparentes repeticiones de Quejido son sueños para un ejercicio centrado en el análisis de la diferencia, desde lo que se ha dado en llamar uniformidad global. Mano Quejido es un diseñador de cosas, de ideas, de emociones expresivas». 

El Mundo, 24 de septiembre de 2003, Javier Urquijo.

«La muestra está compuesta por dos conjuntos en los que se representa a la figura humana durante el acto de pintar: En las piezas al óleo, utiliza el motivo del pintor y la modelo, tantas veces utilizado en la historia del arte y uno de los temas más característicos de Pablo Picasso. 

En todos los cuadros emplea una misma estructura compositiva cuya repetición se torna en diferencia al pintarlos con variaciones en las que consigue destacar la singularidad de cada pieza.

En definitiva, Manolo Quejido se sirve de la pintura para establecer un tejido conceptual cuyo viaje es cálido, sugestivo y abierto».

Deia, 26 de septiembre de 2003, Xabier Sáenz de Gorbea.

«Sobre esa insistencia repetida, lo que pretende el artista es ejercitarse en probaturas para obtener contrastes. Se ayudan de ejemplos de figuras de mujeres, cuyos modelos le vienen de pinturas de los grandes maestros». 

El País, 29 de septiembre de 2003, José Luis Merino.

«Manolo Quejido nos impresiona por su capacidad reflexiva en torno al puro acto de pintar, y se nos vuelve a revelar como un artista rico en posibilidades, ingenioso y poseedor de un discurso que nos admira por su riqueza». 

El Punto de las Artes, septiembre 2003. 

Fecha: 18 Sept - 18 Oct 2003

Obras