Galería de Arte Juan Manuel Lumbreras

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Matías Quetglas

Pinturas, dibujos, esculturas, relieves

JUNIO

De nuevo en el campo, pintando. Otra vez el zumbido de los insectos a mi alrededor. Las moscas transitan por el cuadro atraídas por la humedad de las pinceladas. 

Me gusta este hervor de vida en el estudio. Hay bichitos por todas partes y me siento como ellos mientras paseo la brocha por una zona y otra del tablero, trazando caminos sin norte que al cruzarse van definiendo los perfiles vivos de la pintura. 

Los cuadros esbozados que he traído me están pidiendo más vibración, más calor, más alegría. 

La ciudad y el invierno propician la elaboración mental del Arte. Allí, el pensamiento y la memoria. Aquí también, pero conmovidos por impulsos sensoriales: la luz cambiante del paisaje –que se aparece inmenso ante mi ventana, los olores, los trinos y una naturaleza pujante que me da ejemplo–.

JULIO

Los días largos. La temperatura perfecta y los cuadros creciendo a borbotones, dóciles a veces y otras tan autónomas que diría que se hacen a sí mismas. 

Quiero ver el desnudo como un paisaje desnudo. 

AGOSTO

Tenemos albañiles en la casa grande. Han tirado tabiques y abierto boquetes. Es fascinante ver cómo cambian los espacios y las luces. También en Arte hay que hacer esto alguna vez: cambiar de sitio la puerta principal. 

Recuerdo cuando miraba la Realidad como a una diosa y la servía con humildad. Hoy la trato como amante y no como siervo. Creo que ella lo agradece y yo estoy más contento. 

SEPTIEMBRE

A veces me desborda la belleza que me envuelve. El campo está hermoso y envidio su esplendor irresponsable. Mejor no competir, mi papel es otro. Si hay un terremoto, mi mano será el sismógrafo y el cuadro la huella de la conmoción. De mi conmoción. 

El sentimiento no es materia y el pensamiento tampoco. El valor del Arte está en dejar constancia física de lo inmaterial: dejar señal de vida. 

Me importan poco las diferencias entre lo figurativo y lo abstracto, entre lo primario y lo conceptual. Sólo distingo –sin certezas– entre lo significante y lo insignificante. Y rindo pleitesía a todos los artistas –vivos o muertos– que me han tocado el alma. 

El prado empieza a verdear. Urracas y estorninos adornan el paisaje. 

OCTUBRE

El invierno se anuncia y un ciclo se cierra. Afuera, están podando las acacias y el estudio se llena del olor de las ramas quemadas. Mientras, voy mirando los cuadros de uno en uno y firmándolos. Firmar es despedirse. Me da pena. Dos cuadros no pasan el examen, dormirán hasta el año que viene. 

Hay que volver a la ciudad. Las obras serán fotografiadas, enmarcadas, embaladas y expedidas. Se van de mí para dejarse ver por otros ojos. 

Esta vez, los ojos de Bilbao. 

Matías Quetglas. Navalperal de Pinares. 1998

Notas de prensa:

«Siempre he sido un pintor extremadamente figurativo, pero pintaba del natural y las obras aquí expuestas están pintadas de memoria. En ese sentido, he procurado utilizar la Naturaleza como muletas en las que apoyarme a la hora de crear. El desnudo que tanto se repite en la obra es una voluntad de pintar figuras sin ornato y sin folclore, aunque no soy un pinto de desnudo en el sentido que convencionalmente se entiende».

Agenda de Bilbao, 8 de diciembre de 1998.

«Lo suyo, en pintura, es el ser desnudo, sentenciado a la pose, al color, a la grandilocuencia de algunas formas blandas que poseen cierta magia erótica. Quetglas está obsesionado por la forma esencial anatómica, por el contorno, por la pureza del trazo y la luz/sombra… Por eso mantiene un especial interés por realizar obra en relieve, gracias al cual logra convertir en realidad el volumen». 

Bilbao, diciembre de 1998, Javier Urquijo.

Fecha: 17 Nov - 12 Dic 1998

Obras