Julio Martín
Oleos y técnicas mixtas
Rescatado para el arte. Texto en el catálogo de la exposición por Juan Manuel Lumbreras.
“Un pintor está íntegramente en sus primeros cuadros”
Henri Matisse
Cuando mi buen amigo Rafa Carralero me propuso que conociera los trabajos, nunca exhibidos, de un joven profesor de la Facultad de BB. AA. De la Universidad de Salamanca, de la que él fue decano, me puse de inmediatamente manos a la obra. Aunque el incuestionable criterio artístico del fiador representaba garantía de credibilidad más que suficiente, era el cumplimiento de esa misión que nos supone a los galeristas, la más grata, por cierto, de aflorar y promocionar futuros artistas, la que incitaba mi curiosidad. Se me advirtió que las obras que celosamente guardaba nuestro artista eran fruto del esfuerzo de investigación de años, de durísimas sesiones de trabajo en la soledad del estudio y que los cuadros que me iban a ser mostrados, nada tenían que ver con los de un pintor en vísperas de velar sus primeras armas.
Mi primer contacto con Julio Martín y con su pintura, que son una misma cosa, fue realmente impactante. De una persona que ha hecho de la enseñanza de las técnicas pictóricas de su profesión, cabe siempre esperar un fuerte dominio de los procedimientos, del color y de la composición, conficiones necesarias, aunque no suficientes, para que detrás del pintor se escude un verdadero artista. En mi primer encuentro con Juli Martín pude comprobar con satisfacción que la realidad superaba todas las expectativas creadas en torno a su pintura. Frente a mí tenía a un soberbio artista de una erudición poco común, seguro y reflexivo, exigente al límite con su propia creación artística, conjugada siempre con una obsesión por hacer “pintura”, a la luz de un lenguaje de fascinante actualidad.
Julio Martín ha abrazado voluntariamente el más puro y desgarrado expresionismo figurativo, de dura temática y doliente belleza, el mismo que alumbró goya en sus Caprichos y que han inmortalizado Münch, algunos de los modernos expresionistas americanos o nuestro genial Barloja, artistas que han dejado evidentes rastros en el pensamiento pictórico de nuestro artista. No debemos olvidar que el año en que nació Julio Martín, Jean-Louis Ferrier lanzaba su manifiesto “La idea de la nueva figuración”, en el que defendía que una nueva figuración comenzaba a definirse sobre las ruinas de la abstracción. No lo hacía como un regreso al pasado, sino mediante el esfuerzo de crear nuevas estructuras capaces de mostrar el mundo en que vivimos y representarlo. Nuestro joven artista, a quien el renacimiento de la abstracción española de los 70 le pasó por encima, tiene bien asimilada esta lección y es consciente de que la moderna figuración ha de tener el lenguaje de su tiempo, más distante del realismo costumbrista y del inmovilismo impresionista, que, del propio expresionismo abstracto, de cuyos postulados no está alejado en absoluto.
La temática de Julio Martín resulta con frecuencia sobrecogedora, pero es en ese dramatismo que rodea a los seres vivos o inanimados que transporta a sus cuadros, donde radican la grandeza y la belleza de sus obras. Autorretratos, personajes irreales o recreados, animales masacrados, retratos de rostros marcados por el dolor, como el del dramaturgo Artaud, desnudos incitantes o composiciones utópicas que bordean las fronteras de la abstracción, constituyen la cosmografía pictórica de nuestro artista, quien sólo en algunos bodegones y paisajes atisba estados de ánimo de mayor serenidad. El color hiriente, el ritmo frenético y la pincelada atormentada, están siempre al servicio de la obra, contribuyendo a reforzar el estado de inquietante zozobra que el artista parece querer transmitirnos. Hay una hondura de belleza en esas obras, sugestivas y amenazantes como profundos pozos a los que hay que asomarse sin prejuicios, si se quiere extraer de ellos toda la misteriosa grandeza que emana de su interior.
Parecido asombro causan en las obras de Julio Martín las originales composiciones, conscientemente alejadas de los cánones escolásticos. Sus personajes aparecen siempre solitarios, nunca agrupados, y ocupan los espacios del cuadro en un alarde compositivo tendente a remarcar la fiereza expresionista como vehículo transmisor de la emoción y sentimientos del artista. Si en ocasiones la figura desborda los límites del lienzo, en otras, el personaje adquiere todo su dramatismo “aplastado” en un extremo de la obra, mientras que otras veces el retratado parece esquivar el protagonismo a que le somete el autor y se esconde en medio de un universo colorista y matérico. No faltan en Julio Martín composiciones en formatos díptico o tríptico, que le sirven de excelente soporte para experimentar nuevos recursos compositivos.
Hay tantas horas de trabajo e investigación resumidas en las obras de Julio Martín, que no es de extrañar que nuestro artista se haya resistido hasta ahora a desprenderse de tan rico bagaje y se haya limitado a compartir sus desvelos pictóricos con sus amigos más allegados. Por eso, cuando los trabajos de Julio Martín salgan por primera vez a la luz pública en la Galería Torres de Bilbao, no apreciaremos en ellos las vacilaciones y altibajos propios del artista que se estrena; antes, al contrario, nos sorprenderemos por la madurez de su pintura y la profundidad de sus conocimientos. Poco mérito le corresponderá al galerista como descubridor e impulsor de un pintor de tan envidiable preparación. Pero siempre le cabrá la satisfacción de haber rescatado para el arte a un joven pintor entregado a la oscura y no siempre gratificante tarea de la labor docente y comprometerlo de manera definitiva con el reto de la creación artística, para la que Julio Martín parece estar especialmente dotado.
Juan Manuel Lumbreras
Fecha: Oct - Nov 1995