Esteve Adam
Pintura
De la ría y otros lugares. Texto de Juan Arias
Un orfebre sin prisas.
Mi juicio sobre la obra de José Esteve Adam, IX Premio BMW de Pintura 1994, no es el de un critico de arte, sino más bien el de un periodista y escritor experto en los campos de la cultura.
Pertenezco a quienes, como Ximo Company, creen que ante una obra pictórica lo importante es que “te seduzca, te sientas atrapado por ella y vibres interiormente con sus colores”. Lo mismo que comparto la idea de Ramón González de Amezua de que el Arte, con mayúscula, “posee un importante contenido profético”.
A mí la obra premiada de Este Adam me ha causado ambas impresiones personalmente: la de una fuerza que te seduce casi sin saber por qué –sin duda por su carga interior– y la de una proyección profética.
Me seducen sus colores a la vez generosos y pudorosos que dan la impresión de que una mano invisible intenta detenerlos por miedo a que ofusquen el volcán de intencionalidad ideologica que lleva dentro. Colores que poseen el sabor, en las manos del artista valenciano, más a tierra de Siena, a atardeceres castellanos, a ciertos páramos de la Andalucía profunda, que a risueños paisajes mediterráneos.
La de Adam es más bien una pintura crepuscular, de fin de siglo, con miedo a olvidarse de la tierra-tierra, la hecha del barro que dio origen a la Creación del ser humano.
Quizá por ello la obra premiada de Esteve Adam no tenía ni nombre. Y en el jurado, tras haberla galardonado, se temió que “no manchara” lo suficiente en los catálogos. Pero precisamente por ello se me antoja profética. Es como si transmitiera un mensaje cifrado, a través de la paleta poderosa y pudorosa a la vez de sus colores, recordándonos que este siglo que se acaba ha sido demasiado escandaloso, violento, fanfarrón, atrapado más por el ruido y el grito que por la fuerza de los valores del espíritu, más fogonazo de artificio que rescoldo de chimenea amiga, de brasas de leña de encina.
La pintura premiada de Adam es como el reflejo de cómo yo vi al artista la tarde de la premiación, junto a S. M. la Reina Doña Sofía: discreto, severo, respetuoso, con la mirada puesta más en su interioridad que en la fiesta.
En tiempos de realidades virtuales, de apariencias chillonas, de arte electrónico, la obra de Adam es más bien la del orfebre sin prisas, que remata, acicala, pule y no intenta aparentar ni más ni menos de lo que él le inspira y que –el futuro lo dirá– más de lo que quizá indique su apariencia. Una pintura la de este artista valenciano con los colores literarios de un Delibes, que puede estar revelándonos ya las características mejores delo que no pocos desearíamos que fuera el milenio que se acerca: la genuinidad, el sosiego –y a la vez la fuerza interior–, el amor por lo real, por la tierra y las cosas verdaderas, para poder así exorcizar el miedo a la banalidad y a la violencia gratuita que nos ha atenazado en el siglo que se está yendo.
Fecha: 04 Feb - 22 Feb 1997