Álvaro Delgado
Pintura
Álvaro Delgado: Apuntes para un análisis de su obra. Texto de Manuel Arce
Álvaro Delgado no sólo razona estéticamente sobre el mundo y las cosas que le rodena, sino que también nos informa, a través de su pintura, de su compromiso ético ante el espectáculo de la naturaleza y del ser humano. Testimonio de este compromiso ético deben ser consideradas pinturas como las agrupadas bajo el titulo Crónica de la Olmeda; o Los fusilamientos de La Moncloa (D’aprés de Goya), o las impresionantes obras que, bajo el lema Humillados y ofendidos, dan plástico y sobrecogedor testimonio del horror del Holocausto judío en la Alemania nazi. Obras que nos hacen pensar que, para Álvaro Delgado, el hombre será siempre, inevitablemente, el mejor candidato a la situación límite de sí mismo.
Los campesinos, los mendigos, los pastores, los jinetes aldeanos o el mundo de los toros (no recuerdo entre sus obras imágenes de niños o de adolescentes) y toda esa caterva de excluidos sociales –sin que falten os ácratas–, le sirven, a este etnólogo fauvista; al renovado expresionista que es Álvaro Delgado hoy, heredero de las mejores esencialidades de Kirchner, un Meidner, un Heckel o un Kokoschka, no sólo para sobrepasar la simple perfección de la realidad y llegar al aspecto psicológico de la impresión sensorial (según postulaban Munch y Ensor), sino también para demostrarnos que esos rostros roturados por el tiempo, esas manos sarmentosas y esos harapos indescriptibles, iluminan, sacan a la luz, con paradójico realismo, la fragilidad de una existencia humana a la que ya sólo cabe medir por el dolor y las cicatrices que el mundo dejó en sus almas.
Es en sus paisajes –y no olvido las naturalezas muertas, las marinas y algunos otros temas cíclicos, como las aves o los animales– donde Álvaro Delgado se nos muestra más radicalmente expresionista. Aquí la naturaleza, desde el coor hasta la arquitectura del dibijo que la apresa en las dimensiones del liezo, ha sido pictóricamente subvertida. Sus paisajes son una autentica transgresión de la forma, de la orografía, pero una trasgresión meditada, estéticamente responsable. Ante el paisaje, Álvaro Delgado, no sólo parece lanzarse al encuentro de esa tensión estética exigible a toda creación artística, sino también a la cita de la tensión existencial. El pintor practica ese juego que es el intercambio activo entre la capacidad creadora y la vida.
Sin duda, cuando Álvaro Delgado se sitúa entre el modelo –generalmente sujeto esquivo y distante– y se apresta a investigar su ser, el modelo se ha de sentir hurgado en su realidad más ultima. Por eso hablaba del tacto ajeno que le roza el alma al retratado. Un tacto que el protagonista ha de presentir detrás de ese ojillo de perdiz –casi objetivo de cámara fotográfica– que a Álvaro Delgado se le dispara, frío y traductor, desde el rabillo del cristal de su lente; ese ojo del artista que resbala sobre el alma del modelo, con tacto de mágico cachivache sacapuntos, trasladando la vida de enfrente al lienzo de al lado.
Reflexiones sobre mi pintura. Texto de Álvaro Delgado
Al examinar la obra que he ido dejando atrás –no existe operación más melancólica que esta–, en ese maremágnum, suelo percatarme de dos cosas. Primero que he intentado esto y lo de más allá. Segundo, que no he hecho lo que ambicionaba y por lo tanto lo que intentaba, sino lo que las fuerzas y la suerte me han permitido hacer. Pasados los setenta, me importa menos la Obra con mayúscula –tan enfática e improbable que el dejar un rastro en forma de pinturas o dibujos, mínimamente personal. Una huella, si no perenne, al menos mía.
Digo esto a fin de prevenir dos posibles reproches, contrarios y sin embargo, igualmente esperables: el de que me repito y el de que he cambiado en exceso. Por supuesto que me repito, soy producto de mis limitaciones y algunas ideas fijas. Una persona, los pintores a veces lo somos, es, inevitablemente, reiteración. A esa reiteración en momentos de optimismo vanidoso lo llamamos “estilo”.
Por otro lado a uno le van ocurriendo percances. Inevitablemente envejece, lo que sienta como un tiro, viaja, amplía sus conocimientos, varía de opiniones y se vuelve mñas tonto o más inteligente. Sea como fuere, se transforma, y si es pintor, traslada estas mudas al medio plástico. Cuando hace más de treinta años llegué a Asturias, preciso, a Navia –cuyos nombres y paisajes ocupan un lugar eminente en esta exposición–, me inclinaba a verlo todo en colores quebrados y sujetos a una gama grave y regular. Ahora indago los verdes impúdicos de los prados recién llovidos, el amarillo de los aliares y el morado del monte poblado de brezos. Bien es verdad que, reflexionando, todo ello no pasa de ser un recuerdo nostálgico de como era el paisaje hace unos años. Actualmente la falta de lluvia en aquella zona del occidente astur hace pardear lo que era brillante de color. Pero no pretendo ser objetivo, tan solo fiel a lo que siento y a la imagen de una Asturias que me acompaña.
Otros temas, mendigos, desnudos, retratos, bodegones, lo que es, en fin, pintura de “género” –¿qué queda por cierto de la pintura fuera de la suma de sus géneros? – completan la obra aquí colgada. Sería pueril que me arrepintiera de ella, lo que no significa, claro está, que me resigne a ella. En tanto uno continúe con los pinceles en la mano y el ojo atento a lo que pasa alrededor no he de cesar en mi trabajo. El rastro que he dibujado a mis espaldas se prolongará aun, trazando huellas imprevisibles, en lo que es por el momento tierra ignota.
Notas de prensa:
«De la obra reciente de Álvaro Delgado, la galería A´G, de Juan Manuel Lumbreras, muestra una excelente exposición en la que puede contemplarse paisajes de Navia, bodegones jugosos, personajes de La Olmeda y trasuntos, ese género que, con caligrafía y colores expresivos, presenta un panorama recurrente en su obra, gitanos y monaguillos, mendigos o toreros, una población variopinta que de alguna manera retrata un ambiente que está en las madres de nuestra cultura, desde los lazarillos de turno a los pícaros y tunantes, listos como el hambre, instalados en todas las capas sociales».
El Punto de las Artes, 6 al 12 de diciembre de 1996.
«El artista madrileño es hoy aún más que antes, artífice de la insinuación por vibraciones. Sus rasgos ingrávidos, nerviosos, rápidos, viscerales, configuran un universo de mensajes caligráficos de diversa índole: ahora analíticos, síntesis del mensaje; ahora rítmicos, enfocados a significar la densidad del rastro dejado en el espacio por un objeto en movimiento».
Bilbao, diciembre de 1996, Javier Urquijo.
«Después de una larga ausencia por tierras vascas, Álvaro Delgado regresa a Bilbao con esta exposición. El conjunto manifiesta, a través de las más de treinta obras presentadas, la huella personal, el rastro inequívoco y el estilo que le diferencia. Un compendio que es el resultado de su voluntad de permanencia en la vida y en la pintura, con un compromiso de fidelidad absoluta a sus presupuestos».
El Correo, 3 de diciembre de 1996, Alicia Fernández.
Fecha: 26 Nov - 14 Dic 1996