Eduardo Gruber
Gran formato. Apuntes de la vida cotidiana. Mis cuadros favoritos
Si supiera el gesto con que Eduardo Gruber me quiso describir la naturaleza y estilo que le gustaría que tuviera mi escrito para el catálogo de esta exposición suya de Bilbao, quizá yo dejaría de escribir para siempre lo poco que ya lo hago, para convertirme en pintor o en cualquier otro caso en mimo a lo Marcel Marceau. En una o en otra entelequia, de valer para ellas, lo más seguro es que me ganaría mejor la vida que ahora como escritor. De todos modos, voy a intentar complacerle, pues tanta gracia me hizo su gesto de alzar alegremente sus brazos al aire. Fue algo así como el atacar un allegretto mozartiano elegante y giocoso de un grácil director de orquesta de ojos chispeantes, cuyo gesto de entrada cata con presteza y cimbreante alegría una joven y entregada orquesta de cámara.
Encuadernadas mis palabras, me digo, entre estas tapas de vivo rojo, estampadas con las lustrosas letras negras de su nombre (rojo y negro, negro y rojo), pienso, no sin intención, en el intenso color azul ultramar de su anterior libro que publicara en el verano de 1995, con motivo de su exposición del Palacete-Embarcadero, de Santander. Con toda la intención del mundo insisto en estos colores, que significan en un espacio de casi cinco años una oposición de resultados, más aparente que real, pues falsamente a lo Kieslowski los podríamos ver como símbolos dentro de una trayectoria, de una evolución necesaria u obligada, de un flujo, que no sabemos bien si es pendular, si es cíclico o simplemente si es como yo pienso, un mero fluir hacia delante, hacia un destino indeterminado. Aquel azul ultramar y el otro, el de su nombre, más claro, fríos ambos, luminosos también, propios de lo que yo denominaba entonces como la universal luz del norte, intentando recalcar la predominante tonalidad fría del conjunto de obra que abarcaba aquel año y los anteriores. Azul y azules, grises y blancos, verdes y negros, diferentes marrones y morados, que no sifnificaban, ni sifnifican necesariamente en ningún caso, un estado de ánimo peor que el actual, ahora, quizá esta más amplia, más juguetona e irónica. Insisto, y me repito, en que estoy muy lejos de hacer calificaciones psicológicas de unos y otros colores, de unas y otras tonalidades dominantes, sino señalar escueta y llanamente la evidente diferencia que existe entre unas iluminaciones y atmósferas frías y austeras, de graves composiciones abstractas, y otras más cálidas, plenas de atrevidos juegos cromáticos y guiños figurativos chispeantes. Escueta y llanamente, no más.
Después de tan fútil divagación me gustaría poder transmitir mi entusiasmo actual ante el reciente trabajo de Gruber. Cómo hacerlo, pues siento que las palabras me abandonan, que fallan, como ante lo sagrado, que es indescriptible. Ahora, me gustaría ser músico, e iniciar la partitura de modo tan expresivo y solemne como los primeros compases de la Quinta Sinfonía de Beethoven, con esos calderones que suspenden largamente el compás inicial, y que al tiempo suspenden también nuestra alma en un júbilo cercano al que pudieron sentir los dioses cuando los escucharon la primera vez. Pero también mi entusiasmo está hecho, por fortuna, además de tan elevada admiración, de sutiles regocijos de placer, de amables sonrisas de complicidad hacia esos guiños plenos de buen humor pictórico y temático, de imágenes figuradas, no siempre reales, sino también simbólicas, solas insinuaciones, que tanto centran icónicamente los cuadros, como también ayudan a titularlos, significándolos. Cómo expresar, pues, estos sentimientos de grave admiración, de solemne entusiasmo, de suave y placentera contemplación, de alegre y divertida sonrisa, con imágenes, palabras, gestos o notas musicales prestadas de otros, cualesquiera que sean. He de salir solo de mi propia abstracción, pese a que sigo insistiendo y sigo repitiendo y repitiéndome que me gustaría guardar silencio, contemplar las obras, y recurrir a otras vías de expresión artística convergentes con la pictórica. Mas he de hacerme entender… Y para ello, en su sentido más lato, la literatura como la pintura. Y sin embargo… omne principium difficile.
Notas de prensa:
«El repaso de su trayectoria confirma la existencia de una pintura densa que crece desde la profundidad hacia los márgenes de la superficie. La utilización de los grandes formatos para los dibujos, el empleo de elementos silueteados sobre el fondo o la manera de insinuar las imágenes reflejan algunas de las claves de su obra.
Eduardo Gruber descubre con este conjunto sus principales devociones para demostrar, una vez más, su capacidad de conjugar tensión y equilibrio en un mismo ejercicio».
El Correo, Alicia Fernández, 28 de enero de 1998.
«Ahora, el artista cántabro, tras más de un año de «silencio» profundizando en el trabajo y en la creación que ha dado sus frutos, incluso varios giros a su obra, regresa a la tribuna expositiva, inaugurando una de las exposiciones más importantes de su trayectoria.
Las tres historias o mundos que Eduardo Gruber refleja en esta nueva presencia son: «Gran formato»; «Mis cuadros favoritos»; y «Apuntes de vida». En su integridad una apuesta de cerca de treinta obras de gran formato, otros menores y dibujos que reúnen toda una atmósfera diversa y plural de su creación.
… Gruber apuesta por cuadros de grandes dimensiones en los que son más apreciables las nuevas tendencias y giros que surgen de su pintura, desde la riqueza cromática a la utilización como claves o señas de identidad de una serie de sombras negras muy sugerentes».
El Diario Montañés, Guillermo Baldona, 1998.
Fecha: 20 Ene - 14 Feb 1998