Iñaki Zaldunbide (Espacio 1)
Todo gira alrededor
Todo gira alrededor. Texto introductorio por Javier Urquijo
Apuntó Kant aquello de que “el artista no necesita modelos bellos; la belleza la pone él”, que es una verdad como un templo. La belleza es la moneda de cambio del arte o, mejor dicho, la medida del placer en el arte. El artista crea las condiciones apropiadas y suficientes para que el espectador/creador pueda medir -en equilibrio, exceso o defecto- la belleza que hay en su obra.
Muchas veces hemos hablado de feísmo, o de la falta de belleza en una determinada pieza artística; o de la repulsión engendrada por ciertas obras de arte…Todo es medible con vara propia. Hasta lo relativo. En el arte no vale usar la vara de otros. Eso lo hacen los que no poseen opinión propia, o sea, legión. Pero vamos a lo nuestro. Lo dicho nos sirve para penetrar por etapas, gradualmente, en la obra de Iñaki Zaldunbide: pintor de paisaje y cosas idealizadas en la trastienda -la intimidad- de la belleza.
Podemos empezar por la cocina, si os place. Soberbia gastronomía del arte bidimensional, sobrada en repostería de lujo y platos salados de alta cocina internacional. Usa recetas de los viejos cubistas. Y sazona con fórmulas insinuadas por Giotto, Bonnard, Klee, Dufy y Chagal -muy presente en su fogón estético-, Hockney o Nicholson… Ellos le inspiran apasionados pensamientos, cuando está en el amplio espacio que configura el tranquilo estudio alto-algorteño, empapado de olores salinos procedentes del Abra.
De ahí le viene la luz a Zaldunbide. Y el color mezclado de nieblas vivas. Y los azules forzados por la rima de poniente. Y la geometría manchada de informalismo y de gesto roto, entrecortado, grafismo de un lenguaje seducido por la mañana y la ensoñación de la realidad redefinida. Es como la creación de un nuevo universo ecológico, bucólico, campestre aunque habitable urbano solo de necesidad y perdido entre anónimas figurillas, perros de confianza, bosquecillos y callejuelas empapadas de soledad.
A partir de las formas más o menos significantes -datos para centrar el discurso-, amanecen otras envueltas en la madeja brumosa -lechosa- costera de su norte húmedo y pastoso. Madejas gestuales blandas, veladuras informales que envuelven la verdad del paisaje y sobre las cuales brota ineludiblemente la ficción del panorama superpuesto en permanente cinetismo, volátil, que baila girando alrededor de un universo mentido a medias, sutilmente poetizado, impreciso, juguetón, prismático y si se me apura hasta caleidoscópico…
Entre todo eso posiblemente amanezca confundido un nostálgico bodegón con frutas, o unas secuencias de intimidad hogareña tímidamente perdida entre los pliegues de tanta naturaleza viva. Siempre girando, las ideas se muestran pérdidas en la sensibilidad clásico-contemporánea del artista. No se alarmen. No pasa nada.
La magia en la pintura de Zaldunbide está temblorosamente unida a la ingravidez de los cuerpos flotando en el vacío imaginario. Brota en el invernadero escénico donde sus pueblos, sus gentes, animales y plantas, se ordenan/desordenan mediante unas reglas tan caóticas -desde la lógica común- que recuerdan al malabarista haciendo girar cosas volando alrededor de su mirada y la nuestra.
En esa fascinación subyacen, como decía antes, conceptos insinuados por la cultura, por la intelectualidad del artista; osea, los Dufy, Challenge y Nicholson, dentro de un orden solamente conceptual. Supone eso que la obra de Zaldunbide está afincada culturalmente al recuerdo. De ahí le viene el simbolismo, el dadá ya clásico, el fauvismo,el viejo cubismo y el resto de señas de identidad nacidas de la modernidad. También el expresionismo. En definitiva, estamos ante un artista sensible que armoniza desde la idea el renacer de la vida urbana. Y lo hace con postulados líricos y ecológicos invadidos de confort, relación vecinal y anonimato. Bohemio reciclado, hábil cocinero y mago.
Notas de prensa:
«Paisajes intimistas. La mirada del artista como creación del universo reinventado, en este caso con ayuda de la lírica… Iñaki Zaldunbide pinta la vida tal cual le sale de su sensibilidad de inventor escénico, como si fuera un circo donde el norte y el sur forman parte de un equilibrio imaginario.
Yo diría que el paisaje de Zaldunbide es más bien ajardinado, filosóficamente entrañable, plácido, sano, cultivado, ordenado, a pesar del caos que él mismo provoca al evitar el horizonte como referencia fundamental, ineludible en la mayoría de los paisajistas.
Una mezcla de abstracción y figuración, volúmenes y gesto, enmadejamientos y definiciones planas, donde conviven la naturaleza con la arquitectura, las personas y los animales domésticos: pura armonía de conjunto. Belleza abierta a la belleza».
El Mundo, 26 de diciembre de 1999, Javier Urquijo
Fecha: 14 Dic - 08 Ene 2000