Galería de Arte Juan Manuel Lumbreras

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Koldobika Jauregi

Negro y oro II

Era una mañana soleada de otoño. Nuestro coche abandonó la carretera y tomamos un desvío, un camino cuesta abajo que me hizo temer que rodaríamos por la pendiente. Al fin, llegamos a una pequeña altura dominando el valle de formas ondulantes, donde se levanta una casa rústica, con una enorme pila de troncos de árbol a la entrada. En este rincón de Tolosaldea, cerca del pueblo donde nació, Koldobika Jauregi ha construido su propio lugar, y toda su obra respira el aire de ese lugar, su genius loci. La primera pieza que recuerdo haber visto en el taller de Koldobika era una forma simple e inexplicablemente fascinante, la forma sinuosa de una serpiente en equilibrio sobre un gran tronco. Koldobika murmuró algo sobre la relación entre aquella serpiente y la línea del horizonte, habló de su deseo de sugerir un paisaje. Nos enseñó también otra pieza grande, el cuerpo colosal de un caballo tumbado. Después he visto, en los catálogos de las exposiciones, todos esos caballos que Koldobika tallaba hace años, en piedra o en madera: caballos encabritados, furiosos, torturados, agonizantes, caballos barrocos y expresionistas. Pero el caballo del que hablo estaba en plena metamorfosis, a punto de transformarse en paisaje, en el propio paisaje de Tolosaldea. Pensé en los caballos de Hades, que vinieron del mundo inferior para raptar a Perséfone. El caballo y la serpiente: dos animales cetónicos, nacidos del seno de la Tierra, la Tierra de ancho seno, como dicen los poemas hesiódicos, morada de vivos y muertos.

Salimos afuera. Alrededor de la casa se alzaban unas formas verticales como árboles mutilados y calcinados. La figura de una mano, semejante al fantasma de un árbol. Centinelas y testigos. Erguidos con la dignidad trágica de las ruinas, como supervivientes de alguna catástrofe. Formas del color oscuro de la tierra, como si en vez de haber sido talladas, hubieran brotado del suelo, como si las hubieran extraído vivas de la tierra. Koldobika me ha explicado cómo trabaja la madera con herramientas mecánicas, para no dejar escapar sus visiones súbitas, y cómo aplica después el fuego a la superficie de sus piezas para borrar las huellas de la talla, las mordeduras de la sierra. Finalmente, las despoja de la cabeza quemada, de su costra de ceniza. De este proceso de purificación emergen unas formas desnudas, esenciales.

Si la superficie de las esculturas de Koldobika aparece desgastada, erosionada, como infinitamente vieja, en cambio sus volúmenes facetados, de perfiles apenas insinuados, sugieren unos seres aun no nacidos, en estado naciente. Criaturas embrionarias, sumidas en el sueño profundo de la gestación. Los torsos, los animales, las manzanas de Koldobika, con sus volúmenes compactos de toscas facetas, parecen absortos en sí mismos, introvertidos y mudos. Pero si nos quedamos contemplándolos, comenzaremos a oír un lejano murmullo, un rumor creciente donde se agolpa toda la energía encerrada en ellos, latente en ellos desde que madera era árbol. Del dibujo complejo y barroco que cultivaba hace diez o quince años, Koldobika ha vuelto a la raíz elemental del trazo. Me explica así sus dibujos, como una marcha hacia atrás, como un regressus hacia unas “protoformas” que acaso tengan algo que ver con las unformen que buscaba Goethe: las formas originarias arquetípicas, de la vida vegetal y animal.

Durante muchos siglos, la tradición de la escultura se inspiró en la religión olímpica, en las divinidades del mundo gobernado por Zeus. Pero antes de esos dioses había existido una generación de seres poderosos y enigmáticos: los Titanes, hijos del Cielo y la Tierra, de Urano y Gea. “Como el germen común de los dioses y los hombres es el caos absoluto, noche, oscuridad, -escribía el filósofo Schelling- también las primeras figuras que la fantasía deja surgir de él son todavía informes. Un mundo de figuras informes y monstruosas tiene que hundirse antes que pueda irrumpir el tierno reino de los dioses bienaventurados y permanentes”. Para que vivieran los nuevos dioses y sus estatuas clásicas, los Titanes regresaron al seno de la Tierra, pero no murieron: han seguido viviendo allí, ocultos en lo profundo desde entonces.

Si las figuras de los olímpicos se recortan con perfecta claridad contra un cielo luminoso, las formas de los Titanes emergen de una Noche primordial. La Noche es el reino de lo indeterminado, donde las cosas pierden sus siluetas precisas, se desdiferencian, se vuelven indistintas, tienden a confundirse. Solemos pensar en este estado, casi irremediablemente, como un símbolo de la muerte. Pero la Noche, hija del Caos y madre de la Tierra no sólo es el tiempo de la extinción, sino también la matriz de lo germinal, de lo gestante que saldrá a la luz más tarde. Es la “Noche auroral” de que hablaron románticos alemanes, donde se presiente ya un amanecer. En las colinas de Tolosaldea, las formas de Koldobika sueñan que están a punto de despertar.

Guillermo Solana. «Criaturas de la tierra y de la noche».

Notas de prensa:

«Los bajorrelieves poseen cierta capacidad cinética, debido a haberse formado mediante gestos aparentemente libres, dinámicos, abrazados al soporte a modo de planchas xilográficas también quemadas parcialmente. Busca la belleza más allá del color, precisamente en el no color. 

Los collages muestran una sublime capacidad de seducción clásica. Tienen la belleza común al estructuralismo vasco bien entendido, gracias a esa fina rítmica geométrica lograda a base de superposiciones por capas, que es como en esencia se define y domina en plano el espacio».

Periódico Bilbao, enero de 2003, Javier Urquijo.

«Koldobika Jauregi se recrea en el tizón, en la aterciopelada negrura de las texturas vegetales calcinadas, que son anatomías totémicas ancestrales. 

Un elocuente, expresivo y bellísimo ejercicio de constructivismo especialista, realizado sobre papel negro a base de superposiciones de carácter geométrico en transparencia». 

El Mundo, 8 de enero de 2003, Javier Urquijo.

«El artista sigue partiendo de las propiedades tanto encontradas como buscadas, acepta el azar orgánico y lo domina, imponiendo un sentido y tamizando toda la superficie con el negro de humo que concita fuertes connotaciones, como de ave fénix que resurge. A ello le ayuda unas formas y volúmenes desgastados y macizos, muy expresivos por sí mismos, así como cargados de temporalidad pese a su debilitamiento físico. Por otro lado, son pocos los creadores que desde el ataque directo de los materiales consiguen desarrollar una obra que tenga espíritu propio».

Deia, 24 de enero de 2003, Xabier Sáenz de Gorbea. 

Fecha: 26 Dic - 25 Ene 2003

Información sobre Koldobika Jauregi

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